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Se quebró una palmera

10 de Julio de 2018. Se quebró una palmera





Anteayer, 10 de julio, se tronchó una palmera singular. Bueno, todas las palmeras son singulares, únicas, aunque esta un poco más. Primero, per se. Una palmera que supera a todos nosotros en edad. Una palmera que hemos visto miles de veces. Una palmera que ha vivido más de cien años, que nació -creo- a finales del siglo XIX. Una palmera que podía haber vivido otros cien años por los menos, humanizando el suelo de negro asfalto y de piedra artificial, asombrándolo tantas veces a lo largo de los días. Mirad el caminito del tronco que han ido conformando los pies y la soga de generaciones de palmereros a lo largo de un siglo largo en sus ascensiones camino del cielo, de las palmas y de los dátiles. Esta palmera ha sido un elemento imprescindible del paisaje urbano en torno a uno de los monasterios más importantes de la Comunidad Valencia, que ha crecido en paralelo a la torre de la iglesia de Santo Domingo. Una palmera que ha tenido el privilegio de ser descrita, retratada, eternizada por Miguel Hernández en una de sus prosas ("TORRE - mejor"). Una palmera que atesoró la luz de la tarde para los ojos y los renglones de nuestro poeta. Una palmera que a buen seguro vieron Calisto Y Humisilda, los tiernos protagonistas de la Tragedia de Calisto. Una palmera cuyas larguísimas raíces han bebido siempre en secreto de las aguas  vivas de la acequia Vieja de Almoradí, una de las acequias madres que carga en la boquera correspondiente del padre Segura a impulso de la ley de la gravedad -y las leyes del Juzgado Privativo de Aguas de Orihuela- gobernada por los Azudes cercanos al puente de Levante.

Anteayer, 10 de julio se tronchó una palmera singular. Ayer José Alberto Pardines publicó unas fotos y unos comentarios por los espacios virtuales de Facebook. Y hoy el periodista y escritor José Ruiz -gracias por la cita- ha escrito en la plaza de Facebook un extraordinario artículo sobre el desgraciado final de esta palmera singular. Y más gente publicó fotos y comentarios insistiendo en los valores de tan singular representante de la dactilífera phoenix. Yo quiero recordarla con esta imagen que tiene un poco más de un año, en que la sorprendí una noche ascendiendo muy lentamente -ya se sabe cual es la velocidad de los hermanos vegetales a través de los años- hacia lo alto de Orihuela, que parte de nuestra altura, si es que la tenemos, se la debemos a las palmeras, como decía un oriolano que vivió por este entorno: "Alto soy de mirar a las palmeras / rudo de convivir con las montañas."

Anteayer, 10 de julio se tronchó una palmera singular. Una palmera singular es un monumento imprescindible. Estamos a tiempo, aparte de llorar la pérdida, de reponer el monumento, de ponernos manos a la obra, pero ya. Desde ayer alguien ha escrito varias veces que en el sitio de la palmera tronchada, de la palmera caída, se debiera poner una decena de palmeras por lo menos. O varias decenas. O un palmeral -imagináoslo- que alivie, con su sombra la presencia de los naturales y de las gentes que vienen a Orihuela a ver la maravilla que es la ciudad y la huerta en su conjunto. Y que a veces pasean por nuestras calles "bajo la luz mortal de los estíos". Palmeras, palmeras, palmeras, que partiendo desde la soca de la palmera caída lleguen hasta el pequeño pelunchón -o rodal- de palmeras que hay en la explanada y, un poco más arriba, den sombra a la Casa de Miguel Hernández.









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