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Miguel Hernández, 28 de marzo, ausencia y memoria I

 Miguel Hernández, 28 de marzo de 2022, ausencia y memoria I

Una égloga fúnebre de Rafael Alberti


El día 28 de marzo de 2022, apenas comienza la primavera, con sus ritos de resurrección, tras la muerte que supone el invierno, murió hace 80 años Miguel Hernández en la cárcel de Alicante. Miguel Hernández, un poeta necesario, un poeta plenamente vigente en su tierra y en el mundo, y no solo de la literatura. Es ocasión de subrayar su mensaje, en estos días en que el calendario señala su ausencia y su memoria.

José Corredor Matheos en su prólogo a Rafael Alberti, Poemas del destierro y de la espera, Espasa-Calpe, 1976, dice: «Esta antología recoge poemas escritos por Alberti a partir de su salida de España y que reflejan, de un modo u otro, el sentimiento del exilio. Su título inicial, de Poemas del destierro, fue cambiando, a sugerencia del propio poeta, por el más completo y fiel de Poemas del destierro y de la espera. Queda así mejor expresado el espíritu de esta poesía, en que la constante expectativa del regreso es la necesaria otra cara de la ausencia.»

Una constante expectativa del regreso. Del regreso de los vivos y de los muertos. Muy pronto murió Miguel Hernández. Y regresa cada vez que leemos su obra, que lo recordamos. Seguimos de la mano de las palabras de Corredor Matheos: «La guerra civil supuso para España la pérdida de gran parte de sus mejores hombres. La muerte o la forzada partida de unos y el enmudecimiento en el interior de muchos otros, ha acarreado a nuestro país un grave mal del que todavía no se ha repuesto.»

La forzada partida de Alberti fue desde el aeródromo de El Fondó de Monóvar, en el valle del Vinalopó, el 6 de marzo de 1939, en un avión que pilotaba Jiménez de Cisneros. Miguel Hernández intentó marcharse atravesando la raya de Portugal. Pero no pudo. Lo detuvieron en la frontera. Lo encarcelaron dos veces. La segunda, hasta que lo murieron, para siempre. Y cuando Alberti se entera en el mismo año de la muerte del poeta de Orihuela, le dedica una muy sentida égloga fúnebre, para regresarlo junto a otros dos grandísimos poetas.

Poemas del destierro y de la espera se publicó  hace cuarenta y seis años. Abro el libro, avanzo por los poemas y me encuentro, en las páginas 78-90, La «Égloga fúnebre a tres voces y un toro para la muerte lenta de un poeta [1942] a la memoria de Miguel Hernández». Poema escrito, memoria y ausencia, caliente todavía el muerto, hace ochenta años. Una égloga, y fúnebre.

A la memoria me viene «El dulce lamentar de dos pastores, / Salicio y juntamente Nemoroso», calambur incluido, de un Garcilaso de la Vega tan admirado por el autor de Cancionero y romancero de ausencias. Una égloga canónica, de la que tuvimos noticias en alguna sesión de literatura española. La égloga es un subgénero de la poesía lírica en que se dialoga, a veces, como si fuera una pequeña pieza teatral. De tema amoroso, uno o varios pastores desarrollan el tema en un ambiente rural donde la naturaleza es protagonista. Pues sí, la égloga que dedica el gaditano a Hernández va por ahí, égloga elegía, en que la memoria incide en la herida de la ausencia de los tres poetas del sacrificio: Machado, Lorca Hernández

Tres voces ausentes. La primera voz, la de Antonio Machado que murió de pena en el exilio, tierra de Francia, 1939, que había nacido en 1875; la segunda, la de Federico García Lorca, fusilado en su tierra natal en 1936, que había nacido en 1898; la tercera, la de Miguel Hernández que fue muerto sobre la celda de una cárcel de la tierra de su provincia, 1942, que había nacido en 1910. La generación del 98, la del 27, la del 36. Es posible que el toro sea el toro de España que escribía Hernández, «un toro solo que en la ribera llora».

La égloga transcurre junto a un río, un lugar de la naturaleza preceptiva en una égloga, circunstancia de la que nos enteramos a través de las acotaciones que hace el autor, curso fluvial a lo que parece el río del tiempo, o quizá el río, los ríos, que discurren por las Coplas de Jorge Manrique.

En el diálogo que se desarrolla entre las voces de los poetas, entre ellos y el toro, viene a continuación una de las intervenciones –la primera- del pastor Hernández, en la memoria de Rafael Alberti. Que el gaditano conoció bien al oriolano:

 

Voz de tierra, mi voz se me salía,

de raíces y entrañas, polvorienta,

seca de valles, seca de sequía,

amarilla de esparto, amarillenta.

Suplicante de alcores

y frescos desniveles de ribazos,

de ser de altura y regadía,

me derramé, sangrienta,

acribillándome de flores

y de abejas los brazos.

 

            Diez versos del homenaje de Alberti a un poeta muerto a «muerte lenta», endecasílabos y heptasílabos, que condensan la presencia de la ausencia de Miguel Hernández: tierra, voz, raíces, entrañas, valles, sequía, esparto, alcores, ribazos, altura, regadía, sangre, flores, brazos. Semillas que se tratan de representar en la fotografía que ilustra este artículo, imagen recogida en la huerta de Orihuela.


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