ESPALTER. Campoamor. 1874.
La vinculación de Ramón de Campoamor con Orihuela
Campoamor
y Orihuela. La Cueva de Don Juan de Lord Byron
Doña Julia Calderón
persigue a don Juan por las tierras fragosas de sur de la provincia de
Alicante, allá por el “edén de Matamoros”. Fatigado el anciano galán se apoya
“contra el tronco de un árbol corpulento, digno de ser por Títiro cantado”. Se
esconde, en una cueva cercana oculta entre dos cerros. Julia lo descubre, lo
ama apasionadamente y el hombre muere a consecuencia de ese ímpetu amoroso,
rematado por “un beso de fuego”. Se va la mujer y nadie va a llorar al muerto,
que queda “entre las breñas” de un barranco, comido por los cuervos. Así acaba
la vida terrenal de Don Juan de Lord Byron, que la del cielo sigue, a través de
la pluma de Campoamor en su “pequeño poema” homónimo. Y es que el inglés no
tuvo tiempo de terminar la biografía donjuanesca.
Campoamor es un
lugar del municipio de Orihuela cuyo nombre se debe al político y escritor que
fue propietario del mismo. El hombre nació en Asturias en 1917 y murió en
Madrid en 1901. Periodista, dramaturgo, político moderado y, sobre todo, poeta.
Gobernador civil de la provincia de Alicante, dejó su huella en el urbanismo de
la capital. Propietario consorte de la Dehesa de Matamoros, llamada más tarde
de Campoamor. Un escritor que deja su impronta sobre el paisaje y los
personajes de la Vega Baja de su tiempo. Como poeta está adscrito al realismo,
al prosaísmo. En su afán de naturalidad abusa, voluntariamente, de numerosos y
poderosos ripios. Ironía, humorismo, percepción del egoísmo humano, el amor y
la muerte como temas principales, son los rasgos de su producción poética.
Se atreve el autor
de las Humoradas a traer al don Juan
de Lord Byron a invernar por estas tierras, qué humorada, ya bebedor compulsivo
de buenos caldos, sobre todo amontillados, en el otoño de su vida, a hacerlo
morir en su hacienda de Matamoros a
manos, a abrazos, a caricias, a labios de la sevillana Julia Calderón, la que
fuera su primera amante. En Don Juan,
Poema en dos cantos, Campoamor no aspira a ponerse a la altura de los
autores que hasta entonces habían escrito del mítico personaje. No emula a
Tirso de Molina, ni a Molière, ni a Goldoni, ni a Lorenzo da Ponte, ni a Pushkin, ni siquiera a su amigo Zorrilla.
Se limita a coger al don Juan de Lord Byron, a sacarlo del poema satírico
inconcluso, “cuando se hizo viejo”, y a traérselo a invernar al Sureste
español. Incluso lo hace morir de una
abducción de amor, ya se ha dicho, en una cueva de su dehesa. En realidad lo
que hace Campoamor es ajustar las cuentas al libertino, vaya humorada, en una
composición narrativa, con un argumento a lo largo de dos partes: ‘Las mujeres
en la tierra’ y ‘Las mujeres en el cielo’.
“Cuando don Juan de Byron se hizo
viejo, / pasó una vida de aprensiones llena / mirándose la lengua en un espejo,
/ prisionero del reuma en Cartagena”. Desde aquí se despide epistolarmente de
cinco de las amantes que ha tenido a lo largo de su vida. Envía el mismo texto
a Catalina Arioso, italiana de mirada más brillante que su lustroso pelo, que
vivió en Venecia con el mítico amante Casanova; a Fanny Moore, inglesa de afectos
tiernos, que fue byroniana a los quince años, que más que amar a un hombre
amaba al hombre, que no quiso marido después de que por don Juan supo que las
lunas de miel no son eternas; a Julia Calderón, la andaluza de corazón ardiente
con quien probó el amor por primera vez, paisana del protagonista, retratada
ampliamente por Lord Byron en su libro, consagrada a la iglesia y al amor
juntamente, que gustaba de la flor de azahar en la cabeza; a Margarita Goethe,
alemana hermosa, un serafín colorado y grande de Rubens, de ojos azules, casada
y madre de diez hijos; a Luisa Chenier, la francesa, mujer amante, de perfil
encantador, voz preciosa, que charlaba por los codos y bailaba con arte.
Borracho como una cuba, el vetusto
galán recibe carta de todas: todas acuden a su llamada, tanto le amaron. Don
Juan se asusta. Pero la italiana se demora en su viaje hacia el antiguo amante,
se lía con un campesino, “igual a Apolo
en la figura”, de un lugar de Castellón; la inglesa, que quiere tener
encuentros infernales, conoce a joven e incrédulo marino, al que enseña a ser
cristiano silbando en inglés; la francesa oscila entre el gusto por un militar
y un bandolero que encuentra en el camino, quizá por la garganta de
Crevillente; la alemana, al llegar a Valencia, “la ciudad de más ciencia, en
materia de rosas y de amores”, se camela a un joven botánico. Al leer las
cartas, asustado por lo que se le viene encima, huye el viejo seductor desde
Cartagena hacia Torrevieja. Perseguido por Julia, que no se entretuvo en el
camino, “cruzó del Pinatar la antigua aldea, / y al llegar, por la Rambla de la
Glea / a la Peña del Cuervo, / don Juan, ya fatigado, / respira, toma aliento.”
Se esconde en una cueva. Y lo que sigue ya está apuntado más arriba. El segundo
canto, ‘Las mujeres en el cielo’, deliciosa y campoamoresca composición, trata
de la salvación del alma de don Juan gracias al amor de Julia, su primer amor.
Interesante pesaje del alma del eterno amante por un ángel celestial.
Siguiendo el
concepto de ironía romántica con que analiza el profesor Navas Ruiz alguna obra
del Campoamor, habría que convenir en la necesidad y urgencia de localizar la
cueva donde murió, de amor, a su pesar y a su gusto, un personaje español y
universal. Si la Mancha tiene su
Quijote, si don Quijote tiene la Cueva de Montesinos, Orihuela y su comarca, la
Vega Baja, no son menos, que albergan las correrías finales de Don Juan y la
famosa cueva del mismo, por los alrededores del “edén de Matamoros”, no lejos
del palacete que mandara construir don Ramón.
(Este artículo
figura en Orihuela. Literatura y patrimonio, Alicante, Editorial
Aguaclara, 2017, cuyo autor es Miguel Ruiz).
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