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MIGUEL HERNÁNDEZ Y ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY III

 ALREDEDORES DE SANTO DOMINGO



Este medallón es la parte principal de la decoración escultórica renacentista que hay sobre el dintel de la ventana de la planta baja situada bajo la Sala Villanueva de la Universidad Histórica de Orihuela. La imagen ilustra el ensayo número 13, titulado "Alrededores de Santo Domingo", del libro Miguel Hernández y Antoine de Saint-Exupéry. Vidas paralelas, obras perpendiculares, del escritor Miguel Ruiz Martínez. Trabajo que presentan el autor y Aitor L. Larrabide, Director de la Fundación Cultural Miguel Hernández, en la Biblioteca Pública Fernando de Loazes de Orihuela, el miércoles 22 de marzo, a las 19:30 horas.

Esta bellísima imagen, tan expresiva en su pathos, es uno de los siete medallones que forman parte de la decoración de los siete vanos de la primera planta de la Universidad, fachada sur. De una calidad extraordinaria, su actual estado de deterioro hace necesaria una seria llamada de atención sobre la conservación del riquísimo patrimonio local. Este relieve, la decoración, todo el monumento de Santo Domingo -uno de los más destacados de la Comunidad Valenciana- es una parte del legado que a todos nos pertenece y que hemos conservar y transmitir a las generaciones futuras.

La imagen de este tondo también figura en la portada del libro Orihuela. Literatura y patrimonio, del mismo autor. La figura de este impresionante relieve, que parece conservar el color original de las mejillas, quizá corresponda al tema de Judith, que acaba de dar muerte a Holofernes. Nótese que en la mano empuña una espada a la que le falta la hoja.

Miguel Hernández seguro que vio esta imagen, en sus idas y venidas de trabajo al frente de su rebaño. El autor de estos renglones también la vio desde su más tierna infancia, cuando acudía, años de la posguerra, a la doctrina cristiana que en Colegio de Santo Domingo se impartía a los niños de la Huerta. Esa visión queda descrita en uno de los capítulos, "El cine de la doctrina", de la novela La escuela y la esfinge, de Miguel Ruiz Martínez.

"Alrededores de Santo Domingo", ensayo 13, pp. 139-146, del libro Miguel Hernández y Antoine de Saint-Exupéry. Vidas paralelas, obras perpendiculares, comienza así:


13 Alrededores de Santo Domingo

El pastor escritor vuelve de Madrid. De qué manera vuelve, Señor. Como Don Quijote al pueblo tras su primera salida. Además, discurriendo en el tren por las llanuras de La Mancha, por mayo, «que por mayo era, por mayo», le ocurre aquel episodio desgraciado, por si el retorno al pueblo era poco. Un mayo cabreado. En una estación de La Mancha, de cuyo nombre sí nos acordamos, en Alcázar de San Juan, el revisor ha comprobado que el billete de Miguel, un pase, no era de Miguel, y que el documento de identidad que portaba, no le correspondía. Lo han hecho bajar del tren, custodiado, hacia un calabozo, la madre que los parió. Y pasa una noche y un día retenido en una ciudad manchega en una celda en cuyo camastro había muerto el anterior inquilino.

Desde La Alegría, Café-Bar para Viajeros, Ambrosio García Sierra, Paseo de la Estación, 25, un lugar hernandiano de La Mancha, en una servilleta de papel de la fonda, escribe a Pepito Marín, como tantas veces, contándole cómo ha sido la cosa. Y pidiéndole recursos dinerarios, setenta y cinco pesetas, cantidad que a través de telegrama le había solicitado pocos días antes. Que le pida al alcalde si hace falta.

Vuelve de Madrid más libre, más sabio, pero muy frustrado. No ha sido capaz de conquistar la capital de la España republicana. Ha leído, ha escrito, ha vivido. Ha sufrido mucho. No se han reconocido sus méritos. Las recomendaciones que llevaba de los caciques del terruño han tenido poco efecto. Ha tenido que volver. Está cabreado con el mundo y consigo mismo. Está hasta la coronilla, hasta el gollete del fracaso. ¿Qué hacer?

            La capital lo ha devuelto a través del tren que lo había llevado camino de los sueños. Del tren cuyas vías había trazado el padre de Gabriel Miró. Y ha vuelto, casi a rastras, por donde se fue. Con «las orejas gachas» dice Eutimio Martín en su libro El oficio de pastor. Miguel Hernández. En la capital, la libertad. Había llevado sus poemas pasados a limpio, algún dinero, incluso se acompañaba de un gabán, prenda a la que no estaba acostumbrado. Irse para regresar antes de cumplirse el medio año.

          Ha vuelto a la calle de Arriba. Con sus padres, con sus hermanos, a la vera de la mole de la media luna de la sierra, junto al impresionante monumento de Santo Domingo. En Madrid ha empezado pensar una novela, a escribir algunos de sus párrafos. Una novela picaresca, erótica, descarnada, en que retrata el entorno del arrabal de San Ginés que describiera Gabriel Miró, escritor paisano tan alabado por el amigo Ramón Sijé. Lo que tiene que hacer un escritor es escribir. Escribir y publicar. La prosa, dominar la prosa, una novela. Dar la campanada. Está empezando a dejar de creer lo que predican los curas. Una novela atrevida, libre, a través de la cual dará a conocer la miseria de su ciudad. Alrededor de Santo Domingo, el referente religioso, cultural, arquitectónico, artístico dentro de una ciudad tan anclada en las novelas de Oleza, la ciudad de las lunas, las estrellas, los lazos de Loazes.

    Aunque Santo Domingo es también alguna fotografía, un retrato de colegas escolares, una imagen de su interrumpido ascenso social y cultural. Pero Santo Domingo pesa mucho. No sólo por la piedra con que está construido, sino por la monu-mentalidad. Tras su regreso visita el conjunto. Ya no se ven las sotanas ceñidas de los jesuitas. La República, Azaña, que estuvo encerrado, durante su adolescencia en el internado de los agustinos de El Escorial, El jardín de los frailes, los echó del Colegio. Ahora la institución educativa que dio fama a Orihuela a finales del siglo pasado y primeras décadas del presente ha pasado a manos seculares, en sus aulas alumnos que no están bajo la férula de religión católica. Aunque él sigue con sus dudas y sus conveniencias respecto a la religión.

    La novelita, que quedará en boceto, erótica, descarnada, quiere exponer la miseria de las gentes del anillo de pobreza que aureola la sierra del Castillo. Quiere escandalizar. Redacta esbozos, perfecciona frases, mejora párrafos. Trata de penetrar en el arrabal de San Ginés que describiera Miró. La tragedia de Calisto parece responder, de alguna manera, a la novela Los caballeros de Loyola, 1929, de Rafael Pérez y Pérez, el maestro de Redován, en que exalta la labor de la Compañía en el Colegio de Santo Domingo. Pérez y Pérez, que será un prolífico y exitoso autor de novelas rosa, era un allegado de Luis Almarcha. Con Los caballeros… subrayaba la respuesta del pensamiento conservador a la publicación de Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso.

Cuánta necesidad cercana a la calle de Arriba, no lejos de  Santo Domingo. Cuántos pobres. Cuánta miseria. Qué bien contada por el autor de Años y leguas. Él, el poeta, mirando a Miró en parte, criticará la situación social de esa Oleza de la ladera que retrata Sigüenza cuando describe San Ginés. Una pobreza de la que llegaban rodando torrencialmente claros efluvios, por los empinados callejones que bajaban violentamente por los barrancos que arrancaban del Seminario del Glorioso Arcángel San Miguel y la Inmaculada Concepción, de la sierra del Castillo de los Moros.

Ha vuelto de Madrid. Herido. Su padre le recuerda, de manera insistente, la condición de señorito a la que aspira su hijo. Escribe. Prosas. Piensa en su novela. La tragedia de Calisto. ¿Cuál fue la tragedia de Calisto? ¿Es posible que Miguel descubriera a Arthur Rimbaud, en Madrid, en la Biblioteca Nacional? Uno que quiere ser poeta debe leer a Rimbaud. Un poeta que en su adolescencia iba pintando por las paredes de las iglesias aquello de «Muera Dios». Y por sus ojos pasan, lector ansioso y compulsivo, las Primeras prosas, desde la intimidad de  ”Un corazón bajo una sotana”, las invocaciones de un joven seminarista desde que deja el mundo camino del seminario, un día primero de mayo, hasta agosto del año siguiente, en que es recibido de sacerdote. 



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