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ANTONIO GRACIA II Comprended que cantar es el camino

 

Antonio Gracia, poeta y maestro, incluye en la página 105 de Devastaciones, sueños. Antología poética, Madrid, Ediciones Vitruvio, 2011, una cita lamento de su heterónimo Angrac Ianto:

¡Cuánto siento no haber entendido mucho antes cuánta vida hay en la vida y cuánta muerte en la escritura!

En dicha antología qué de regalos, entre los cuales: “La voluntad”, “El don”, “Arcadia nebulosa”, “La urdimbre luminosa”, “Premisas para un himno”. Qué de claridad, de esplendor, de fulgor, de música en versos que caminan hacia la perfección. Cuánta vida destilan. Por llevarle un poco la contraria: la vida está en la vida, también en la escritura.

 

La voluntad, p. 210

 Cuando miro los árboles alzarse

sobre el yermo, y erguir sus hojas verdes,

como alas hacia el cielo azul, y siento

que el estallido de su primavera

es sólo voluntad y sed saciada,

entro en mi corazón y lo conjuro

para que en él renazca la alegría.

 

El don, p. 211

 Si el agua fuera flor, o las estrellas

relámpagos de añil, yo no tendría

más certidumbre de que el alborozo

ordena el mundo, rige las criaturas.

Puede el alma sentir los desvaríos

de la melancolía. Pero eleva

siempre desde el abismo su dolor

y lo convierte en un cántico a la vida.

¿Qué mueve el universo sino el júbilo,

germen frutal de la naturaleza?

En la alegría beben los arroyos,

los pájaros, el sol, el universo.

Sólo engendra belleza la alegría

y sólo en la alegría hay claridad.

 

Arcadia nebulosa, p. 313

 Si algún día el dolor te sedujera

para acabar con tu melancolía,

acude al mar, contempla su infinito

como un fulgor errante y solitario

que nada necesita y lo da todo.

Mira cómo se elevan las gaviotas

entre los arrecifes; deja allí

el suicidio que ansías y desprecias.

Escucha el mar: en él nada es oscuro.

Siente su voluntad de firmamento

aherrojado en amargo manantial.

Toca su eterna transfiguración.

Inmerso en su celeste transparencia,

quiere elevarse el alma, alzarse

sobre el dolor, cantar.

Regresa a tu existencia cotidiana

igual que si una ola retornase

al abisal secreto de la espuma.

Camina montes, siembra madrugadas

en el atardecer, corona el día

con flores y templanza. Rememora

la sigilosa forma de la luz.

En el propio naufragio está la isla

y en el dolor su misma redención.

 

De la “Urdimbre luminosa”, p. 334, una estrofa, la VI, dice:

 Una gaviota otea el porvenir

y vuela hacia lo lejos.

En el acantilado, sobre una roca, hay

un libro abandonado.

O acaso son dos libros aún no escritos

leyéndose, escuchándose.

Sé que escribir es mi única trinchera

contra la muerte.  Sigo

las líneas paralelas, horizontes

que siempre me devuelven a mí mismo.

Y encuentro un corazón, isla remota

que sabe lo que siento, que me dicta

lo que debo sentir: amor por todo.

 

Para terminar, por hoy, del penúltimo poema de la antología, llamado “Premisas para un himno”, p. 354, atención a los versos del final:

 Sólo hay una poesía necesaria:

aquella que consigue contestar

las preguntas que siguen sin respuesta.

Convirtamos la pluma en un oasis.

Todo canta queriendo prolongar

la canción de la tierra

y todo niega que la muerte sea

más fuerte que la vida.

Mirad cómo el poema exorciza el dolor

de la furtiva rosa.

Comprended que cantar es el camino.

 

Pues eso, «cantar es el camino». La fotografía que amanece este artículo, un puñado de mar trémulo, trata de recordar la estancia de Antonio Gracia en Santa Pola, una etapa de su caminar, de cuyo instituto primero es recordado profesor por sus alumnos.

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