Sigue el poeta llamándose barro, tremendamente horizontal, a lo felpudo, bajo los pies de la amada -toda vertical- que no le corresponde. Y aspira a sentir su "pie de liebre libre y loca" sobre sus labios, como si de un beso de barro se tratara.
Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.
Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso
mártir, alhaja y pasto de la rueda.
(Continuará)
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