Ramón de Campoamor entre Orihuela y Pilar de la Horadada
25 de Abril de 2020
Ponga un libro, muchos, en su vida. La
lectura mejora las circunvoluciones cerebrales de lectoras y lectores. Yo
propongo éste, cuya portada se presenta arriba de estos renglones. Un libro
calentito todavía, de papel y tinta. Para incitar a penetrar dentro de sus
páginas, en la distancia, que están las librerías cerradas -se diría que alarmadas-,
ofrezco a continuación algunos párrafos que están contenidos en las páginas 30,
31 y 32:
Lorenzo Coullaut Valera.
Grupo central del monumento a Campoamor.
Parque del Retiro. Madrid. 1914.
Es una de las más bellas obras del
escultor, que fue el padre de Federico Coullaut-Valera, autor de varias
importantes tallas procesionales de la Semana Santa de Orihuela. El grupo
central del monumento muestra a Campoamor sentado en un banco, como sacado de
sus paseos por el mismo Retiro en la etapa final de su vida, con el sombrero sobre
un lateral del banco. Representado en una sencilla actitud de reposo, la mano
izquierda descansa sobre el dorso de la mano derecha, que a su vez se apoya en
el bastón. Está el poeta asistido por tres figuras femeninas que representan la
juventud, la madurez y la senectud: Rosalía, portadora de un libro —que debe
de ser el pequeño poema Las tres Rosas, donde se cuenta la historia de
las tres generaciones—; Rosaura, que ofrece tres rosas al poeta creador;
y Rosa, detrás del banco. Las tres, «morenas y graciosas» en la pluma
del escritor. Quizá el escultor se centró, para inmortalizarlas en piedra, en
los versos de Campoamor que siguen:
A Rosa:
La idea
de su edad la atormentaba,
pues,
aunque nunca se la oyó una queja,
por
momentos se notaba
que el
amor de los otros la dejaba,
aunque el
que ella sintió jamás la deja.
Más adelante:
Rosaura,
hija de Rosa,
como niña
nacida entre las flores,
además de
bella era graciosa,
pues no sé
en qué botánico he leído
que una
hermosa mujer cuando ha nacido
en medio
de un jardín es más hermosa.
Y a Rosalía la describió pensando:
Hermosa
nieta de su hermosa abuela,
Rosalía,
entre flores confundida,
sobre el
banco, que el musgo aterciopela
cuando
tenía apenas
la edad
en que ya corre por las venas
el alma
confundida con la vida.
Tres rotundas figuras femeninas en las que
el escultor puso su genio. El monumento tiene en su base el nombre del poeta y
las fechas de su nacimiento y muerte. Entre la base y el banco, un friso con
niños desnudos, a manera de pequeños putti, juegan como imitando alguna cantoría italiana del Renacimiento,
quizá inspirados estos amorcillos en los de Luca della Robbia.
El tema del amor, el del paso del tiempo,
el de las flores -rosa, rosae-, el de la primavera, revolotean por los versos
de la obra campoamoriana.
Los otros dos elementos situados a ambos
lados del principal, de pequeño tamaño, en bronce, escenifican dos de las doloras
más destacadas del escritor: «El gaitero de Gijón» y «¡Quién supiera
escribir!». Esta última con las figuras del cura de Pilar de la Horadada y la joven a la que le escribe la carta para el novio. ¡Toda una
embajada oriolana y pilareña en Madrid a principios del siglo XX!
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